jueves, 15 de enero de 2015

Me gusta PODEMOS





A mi amigo Luis Martínez 

Me gusta PODEMOS. 

Y sobre todo me gusta mucho lo que significa. Más allá de la valoración política de sus estructuras –en formación-, de sus postulados o de sus dirigentes, el fenómeno tiene un extraordinario interés como reacción ciudadana ante un sistema que hace tiempo que hace aguas. Podemos está cambiando las “falsas etiquetas” que enmascaran a los partidos y llamando a las cosas por su nombre verdadero. Pero deberíamos remontarnos a la transición –aunque someramente- para encontrar el origen de los males que aquejan a nuestra joven –quizás ya no tanto- democracia. 

La tan alabada Transición española fue un apaño, una componenda y, en el mejor sentido, un acuerdo; no seré yo quien diga que no ha sido útil ni que no fuera lo único posible, pero contenía, en esencia, vicios que con el tiempo la han ido devorando hasta el corrupto e irrespirable momento actual. Creo que hubieron dos factores, entre otros, que influyeron poderosamente en la opinión pública: el miedo y la ilusión. El miedo, determinado por 40 años de dictadura posterior a una guerra civil sangrienta y a una posguerra de una crueldad sin parangón. La ilusión, por convertirnos, de una vez, en un país homologable en el mundo occidental y salir de ese enclaustramiento tan doloroso y cuyas consecuencias aún sufrimos. Eso determinó que las fuerzas políticas –muchas de ellas jóvenes y sin apenas estructura- se afanaran en el acuerdo, la concesión y el pacto para protagonizar, sólo en cierta medida, ese cambio. Y ese sacrificio lo hizo la izquierda. Independientemente de esa especie de harakiri de las Cortes franquistas –más coreográfico que real- la renuncia verdadera se hizo desde las fuerzas progresistas que no encontraron otra solución que ese acuerdo de mínimos. El Partido Comunista renunció a sus postulados y abrazó la Monarquía; el PSOE olvidó a Marx y pasó del rojo al rosa aguado. Y esa debilidad fue provocada y aprovechada por las tres fuerzas que tradicionalmente han dominado España: los históricos poderes económicos, la Iglesia y el Ejército, que salieron indemnes y conservando sus enormes y tradicionales privilegios. Aquí cambió, aparentemente, todo y, en esencia, no cambió nada. Por concluir, pues no es tanto el motivo de este escrito abundar en esa Transición, diré que la oposición antifranquista reunió a personas en un mismo bando que, en condiciones normales, nunca hubieran coincidido. Es lo que tiene de aglutinador el enemigo único y, como consecuencia, creo que hemos estado 35 años sin que casi nadie –a excepción de la derecha más rancia- haya ocupado su lugar verdadero. Boyer y Solchaga fueron un evidente ejemplo de desubicación que posteriormente hemos visto que sólo fueron un anticipo. Hoy, el PSOE al completo se plantea dónde estuvo y se pregunta a dónde va. Y ese pacto, que concluyó en una alternancia de poder entre dos partidos hegemónicos y acuerdos puntuales con partidos periféricos, es lo que ha llevado a la situación de corrupción actual. La ilusión de tener conformado un partido conservador europeo en el PP, se ha visto truncada cuando las grupos más reaccionarios se han hecho con el mando, destapando una derecha clásica y casposa al estilo de la primera mitad del siglo XX; y el PSOE ha ocupado casi todos los espacios de esa derecha “civilizada” –que en absoluto le correspondía- y no sólo ha renunciado al socialismo sino también a la socialdemocracia. Las últimas intervenciones de Felipe González sonrojan al más cándido. En definitiva, las dos caras de una misma moneda…falsa. Tampoco seré yo quien diga que ambos partidos son lo mismo. No, el PP y el PSOE no son lo mismo. Hay aspectos muy diferenciadores entre ellos, pero no más de los que hay entre la derecha más pura y un partido conservador civilizado. Nada más. La izquierda, en su aspecto más moderado, no ocupa su espacio. Únicamente Izquierda Unida, con el complejo permanente de inviabilidad y con el peso de la historia, pontifica testimonialmente. 

Y con esos vientos llegaron estas tempestades, Luis. 

Una componenda tras otra como hábito político que ha facilitado que prácticamente en todos los partidos se haya instalado una corrupción propia de países tercermundistas y con alarmantes resultados económicos. Nos han saqueado, estafado y culpado de nuestros males mientras los integrantes de esa élite política han continuado con unos privilegios de los que se han creído poseedores por derecho y casi…por cuna. Y la ciudadanía, que sufre de forma notable la pérdida económica, de derechos y de futuro, se ha hartado. Y viendo la verdadera cara de esa “casta” de tahúres que juega con nosotros ha dicho… ¡Basta!. La consecuencia han sido los movimientos ciudadanos, desde el 15M a Ganemos, pasando por plataformas de todo tipo, que han tenido como resultado la conformación de un grupo potente y que según los sondeos puede ganar las elecciones. 

Podemos es lo más saludable de la política española de los últimos años y el revulsivo que ha dinamizado a la sociedad civil independientemente de cuál sea el resultado electoral. Porque siendo importante no es lo más. 

Me preguntabas en tu escrito que “qué era lo que encontraba o me gustaba de Podemos”. Pues muchas cosas, Luis, que voy a tratar de exponerte. 
Podemos recoge y renueva el ideario de la izquierda tradicional con un lenguaje nuevo y cercano a una sociedad que se adelanta a los partidos tradicionales. Su discurso de “arriba y abajo” se distancia del tradicional de “izquierda y derecha” y conecta mucho mejor con una sociedad tan evolucionada como transversal. 
Podemos está compuesto por una serie de personas de alto nivel intelectual y político y que se ha ido nutriendo paulatinamente de otros, desconocidos para la gran masa, pero de larga actividad combativa. Personas del movimiento Attac -ese movimiento que surgió para intentar implantar la tasa Tobin a las transacciones financieras internacionales- como el profesor Viçen Navarro, el científico social más citado en el mundo académico internacional, o Juan José Torres, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla, entre otros muchos. 
Podemos ha tenido un sistema de comunicación magistral. Un lenguaje tan firme como sereno, con mensajes tan concretos como certeros y colocando al ciudadano como eje y protagonista de su vida. En pocos casos ha aludido directamente a un partido sino a un sistema que nos devora a todos. De ahí que el estudio de sus resultados electorales y las previsiones de los próximos desconcierten tanto a los políticos clásicos. En todos los niveles económicos, sociales, culturales y políticos adquieren una notable presencia. En significativo que en comunidades con un fuerte arraigo nacionalista capturan simpatías inimaginables. 
Podemos ha innovado como estructura –en realización- de partido buscando en todo momento que se asemejara a lo que reclama a sus ciudadanos: democracia interna y decisiones compartidas. A pesar de todo ello y debido a su juventud, estoy convencido de que derivará en una suerte de organización piramidal pero sin el dominio férreo de los partidos tradicionales. 
También es de destacar, en clave de toques emocionales, la sintonía con gentes de la generación anterior; esa generación que tuvo como horizonte la búsqueda de un mundo mejor –con el Mayo del 68 como icono- y que se ha visto frustrada y decepcionada. A muchos de nosotros nos provoca una sonrisa evocadora la fuerza y el ímpetu de estos jóvenes no tan diferentes de lo que fuimos. 
Por último, Luis, y en contra de lo que defendían muchos miembros de la plataforma 15M, que huían de un liderazgo claro y definido y soñando con aventuras asamblearias, Podemos admite y potencia un fuerte liderazgo en la figura de Pablo Iglesias. Y no puede ser más acertado. Porque tiene todas las condiciones intelectuales, políticas y comunicadoras que requiere el timón de su proyecto. No es necesario a estas alturas detallar el historial académico de los principales miembros de Podemos. Iglesias, Monedero, Errejón, Echenique, etc., poseen un más que brillante expediente académico y está fuera de duda que su preparación en todos los campos es muy superior a la media de nuestros políticos actuales. Y un sorprendido respeto, consecuencia del susto y no exento de la más brutal oposición, se lo han ido ganando conforme han ido mejorando sus previsiones de voto. Chusma, gentuza, perroflautas, antisistema, marginales, etc., han sido algunos de los calificativos con el que los poderes establecidos trataban de descalificarlos. Aunque ahora apenas se dan esos insultos, todavía quedan energúmenos que hablan de “el coletas” o “el de la coleta”; son los reaccionarios de siempre que, a falta de argumentos e ideas, tienen en el insulto su única forma de manifestarse y la radicalidad y el exabrupto como forma de comunicación. Los que no conocen otro lenguaje que el tabernario y la falta de respeto como autoafirmación encubridora de su propia ignorancia e incapacidad. Los que miran lo diferente con desconfianza aldeana. Vulgares y faltones. 
No sé lo que nos depararán lo próximos meses en el terreno político. Seguro que los ataques a esta formación van a ser despiadados desde todos los frentes y que tendrán que gestionar de forma inteligente esa defensa. Tampoco sé si nos defraudarán como ya hizo el PSOE. Entre otras cosas porque no me gusta plantearme preguntas estúpidas que no tienen respuesta. Esa respuesta sólo la tienen los que están en su contra. De lo que sí estoy convencido es de que cambiarán el mapa político español y eso, en esencia, es bueno para la democracia y el conjunto de los ciudadanos. 
Un abrazo, Luis 
Antonio 

Enero del 2015




domingo, 11 de enero de 2015

Je suis Charlie Hebdo






Una de las consecuencias derivadas de los trágicos sucesos de París ha sido la división de la prensa, los intelectuales y, en definitiva, la opinión pública en dos grupos de criterios que pueden responder a las etiquetas de “Je suis Charlie Hebdo” y “Je ne sui pas Charlie Hebdo”.
Los primeros se solidarizan con la línea editorial de la revista y repudian cualquier censura a su libertad de expresión, mientras que los segundos entienden que, de alguna forma, ésta debería limitarse con objeto de evitar ofensas que pueden concluir de la forma trágica que acabamos de sufrir. Cabe destacar que en el primer grupo hay vehementes defensores de esa libertad cuando, como en este caso, se ofende a creencias ajenas y que no lo serían tanto si fuesen ellos los aludidos. En el segundo también los hay que con su postura y preventivamente, establecen barreras para las suyas propias y otros que, sobrecogidos por el horror, consideran innecesaria la sátira , burla o escarnio de la revista y coligen una causa efecto directa con la que, de alguna manera, culpan al medio de su propia tragedia. 
Mi opinión personal es que me alineo intelectualmente y de forma vehemente con los primeros y que mi comportamiento, sin más censura que mi voluntad personal, se corresponde con los segundos. En las diversas tertulias y foros sociales en los que participo, algunos de mis amables compañeros han destacado el exquisito cuidado con el que me expreso para tratar de no ofender a nadie –a veces no es fácil- y, qué duda cabe, que es algo que me agrada escuchar o leer. Pero ésta es una postura personal que considero recomendable pero no exigible. Entre otras cosas porque es muy difícil –creo que imposible- establecer la barrera en la que la opinión se convierte en ofensa, pues para que esto suceda se necesitan al menos dos actores: el ofensor y el ofendido. ¿Y qué consideran ambos una ofensa? Obviamente, el asunto alcanza inauditas dimensiones cuando se trata de temas sublimados por todas las culturas como la religión –a la cabeza- , el sexo, la política o los colectivos sociales. 
En el caso que nos ocupa, se trata, además, de una revista satírica y de humor –qué sería de nuestras sociedades sin esos bufones- cuya esencia consiste fundamentalmente en lo que algunos le reprochan: despojarlo todo del aura sacralizada con la que poderes e intereses diversos adornan las creencias para su propio provecho. Y son los ciudadanos los que deben aprobar con su lectura o rechazar las publicaciones de esta línea. Nunca una ley y mucho menos un arma. 
No, no hay ninguna postura, pensamiento, idea o credo que sea respetable en sí mismo. Ni que merezca un tratamiento predeterminado. Lo único respetable son las personas, su integridad y su honor. El resto se corresponde con una actitud personal que cada uno es libre de adoptar y también, por mucho que moleste, soportar. 

Creo que en algunas personas que han sentido flaquear sus principios por estos sucesos influye el miedo. 
Y esa sensación, es lo más pernicioso que puede aquejar a una sociedad. 

Enero del 2015