sábado, 14 de noviembre de 2015

Horror

 

Quiero referirme a los trágicos sucesos acaecidos la pasada noche en París, que han conmocionado a la comunidad internacional y han provocado todo tipo de condenas y opiniones en los medios y en las redes digitales. 
No voy a hacer más énfasis en el horror que no tiene más dimensión que la cercanía. Porque los sucesos recientes… ¿Son más horribles que tener a un hombre arrodillado, vestido de naranja y degollarlo con un cuchillo? ¿O las terribles, pavorosas imágenes de un niño de cristiano –un niño sólo puede ser niño- crucificado? ¿O los cientos de imágenes que llegan a los diarios y que son impublicables? 
El horror forma parte de la vida diaria y su repercusión depende de a quién afecte y a la cercanía. Así de crudo, cruel e indecente. Pero, como ya es habitual, la reacción –apoyada por la visceralidad y el impacto en la ciudadanía- irá encaminada a establecer la respuesta con poca reflexión acerca de las causas. 
Hay días en los que la soberbia viñeta de Mafalda se hace casi imprescindible. “Hoy quiero vivir sin darme cuenta”. Pero difícilmente es posible porque la realidad nos persigue como la sombra y las imágenes de dolor nos acosan. Sólo cabe la serenidad, la reflexión y la profunda convicción de que todas las decisiones que, como ciudadanos, tomamos tienen una notable repercusión. Revisar nuestra conciencia con el mayor espíritu crítico y afirmar los valores de justicia, igualdad y fraternidad.
Y creo que hoy, en nuestro país, en Europa y en el mundo entero se impone un nuevo orden. Políticas nuevas para tiempos nuevos. Porque la vieja política nos conduce al desastre. Los sucesos de París no son una respuesta –ellos lo creen- pero sí son la consecuencia irracional y delirante del orden criminal del mundo. La explotación, la injusticia y la desigualdad crecen de forma exponencial y matan de forma deliberada y premeditada. A raíz de los sucesos del 11M, un conocido filósofo español dijo. “Nadie puede sentirse seguro en un mundo en el que la codicia no tiene fronteras y la justicia las encuentra a cada paso”. 
En ese mundo…estamos instalados. 



viernes, 16 de octubre de 2015

Indignación




Reconozco que me equivoqué. Tampoco tuve la intención de avanzar un pronóstico ni de realizar una apuesta. Pero si de alguna forma proyectaba en mi imaginación el futuro de este país o el desarrollo de su sociedad -allá por el comienzo de los años noventa-, ni por asomo intuí la notable regresión que estamos viviendo, especialmente, en los últimos años. Y fijo más mi atención en lo social que en lo político. Pensé que la secularización de nuestra sociedad, la tolerancia, la diversidad y, sobre todo, la cultura democrática sería hoy un logro a disfrutar. Y me encuentro con un retorno de códigos, símbolos y celebraciones que superan notablemente la exaltación que tuvieron en la dictadura. Las novias, casi como nunca, quieren ser “princesas”; las fiestas populares con reminiscencias religiosas adquieren esencias identitarias; las banderas y los símbolos recuperan agresividad; los ministros condecoran vírgenes; se cuestionan, en términos morales, logros que fueron aspiraciones de modernidad de hace años; y lo que me parece triste y muy peligroso es que la crispación, el enfrentamiento y la violencia –de momento verbal- se apodera del discurso social. Lo que evidencia a las claras que la democracia, que más que una forma de gobierno es una actitud, precisa de una pedagogía muy superior a la que nos hemos dado. Procesos que nos parecieron superados han mostrado una extrema fragilidad y su peor cara. Y en mi opinión, donde más se evidencia es en la indignación que producen las personas y sus ideas o manifestaciones y la laxitud en la condena de los hechos. ¿Cómo es posible que una sociedad ante hechos delictivos como los Gürtel, Púnicas, Blesas, Ratos, Bankias muestre una rechazo leve y resignación bovina y sin embargo reaccione con virulencia ante el cuestionamiento de una festividad, un símbolo o un sentimiento? ¿Cómo explicar que el rechazo crítico o la postura adversa provoque sentimientos de afrenta? ¿O acaso nos estamos desviando peligrosamente a considerar más graves las ideas que los actos? ¿Por qué manifestaciones legítimas -discutibles como casi todo- provocan reacciones tan indignadas y cercanas al linchamiento? Mal camino el que lleva a sacralizar símbolos y demonizar personas. Me suena tanto todo eso…

martes, 29 de septiembre de 2015

Estoy a tu favor






Es evidente que me hago mayor. Se supone que en la edad de la madurez y en la que debería acompañarme cierta sabiduría, no estoy muy seguro de haberla alcanzado. Pero al menos una cierta serenidad, una buena dosis de tolerancia, una sonrisa ante la mayoría de las cosas no importantes -las importantes son muy pocas- y un punto de tristeza- de la que enseguida me recupero- ante la falta de voluntad de entendimiento. Como ves, todo leve y consecuente con esa edad a la que las emociones muy intensas ya no le sientan bien. 
Pero hay algo que cada día practico con mayor pasión emocional y tesón racional. Y es que estoy a tu favor. Ante cualquier cosa que opines, digas o sientas ten la seguridad de que como persona y amigo estoy a tu favor. Discreparemos y mucho. Discutiremos más. Divagaremos. Nos volveremos insustanciales, seguramente nos enzarzaremos en decir tonterías -todos los días muchas-, trataremos de convencernos y seguramente acabemos en el sitio donde comenzamos. Y es precisamente porque estoy a tu favor por lo que trataré de convencerte de mis ideas con la seguridad de que son buenas para ti y probablemente en el esfuerzo me esté alimentando de las tuyas. 
Por eso te va a costar mucho trabajo que te dé la espalda. Y te hablo desde la experiencia de haberla tenido que dar en alguna ocasión. En este medio he visto y leído las mayores barbaridades; pero también cosas extraordinariamente hermosas. Entre ellas habernos conocido y disfrutar de tu amistad. Algo que no es habitual a esta edad. Miro tus fotos, leo tus textos, escucho tus opiniones, intuyo tus inquietudes y, en algunos casos, la vida nos da la oportunidad de darnos un abrazo. Bueno, todo esto de enrollarse de esta manera también es producto de la edad cuando lo único verdaderamente importante que quería decirte es eso, que estoy a tu favor y que aunque discrepemos no pienses otra cosa.


miércoles, 29 de abril de 2015

Palabras sin fundamento





Desde mi juventud he sentido especial debilidad por el lenguaje. No encuentro otra forma más rica y precisa para transmitir ideas, pensamientos, reflexiones y, además, una de las mejores para comunicar sentimientos. Aunque permanente aprendiz, pongo especial cuidado en su correcto uso al tiempo que le profeso el mayor respeto. “El dardo en la palabra” de D. Fernando Lázaro Carreter y “La seducción de las palabras” de Álex Grijelmo, son libros de cabecera que nunca abandono y en los que sigo admirando el profundo amor que sus autores sienten por la palabra. A mí me ocurre algo parecido. Siento a las palabras como seres animados que tienen color, resonancias, recuerdos; que afirman, gritan, emocionan, acarician, susurran y que permiten, en el breve espacio de los blancos, comunicar en silencio. Por eso y desde hace bastante tiempo observo con tanta preocupación como disgusto el pésimo uso, e incluso el abuso, que se hace del lenguaje. Recuerdo mi alarma, en mis tiempos de empresa, cuando se comenzó a emplear el verbo priorizar; se utilizaba especialmente en el mundo del marketing –como consecuencia de la influencia anglófona- y sustituyendo al compuesto de verbo y sustantivo que es dar prioridad. ¡Qué diferencia hay en el uso de ambas expresiones! Dar prioridad, además de una suave sonoridad, implica una cierta forma de urbanidad, atención, deferencia; nos evoca amabilidad, respeto, buen trato. Priorizar –a mí siempre me sonó a la acción que desarrolla algún insecto- es voz autoritaria, imperativa, que no admite duda, sin matices y despoja de musicalidad a la frase en la que se utiliza. Soy consciente de su existencia en el DRAE pero debo decir que como tantas otras poco afortunadas. Pero esta moda o uso ignorante de la verbalización de sustantivos se está extendiendo como una plaga. Descubrimos que ya “no destacamos” o “hacemos visible” tal o cual cosa sino que ahora la visibilizamos, en una suerte de fonemas con los que, de no acudir al logopeda, corremos el riego de escupir a nuestro interlocutor. En una reunión con concejales del grupo municipal de CHA (Chunta Aragonesista) –siempre tenían a gala su juventud y origen universitario- uno de ellos nos afirmó su voluntad de “musealizar” la ciudad. No se trataba, al parecer, de destacar los museos existentes sino de que concluyéramos apreciando la “visibilización de esa musealización”. Acabo de leer en la prensa que como consecuencia de vertido de crudo en las costas canarias, ha sido afectada una playa “categorizada” como reserva de la biosfera. No me extraña que uno procure evitar el baño. 

Pero existen otras propuestas que, en base una pretendida originalidad y modernidad, pervierten el uso original e incluso la cualidad que contiene la palabra. La buena periodista Pepa Fernández, decidió un día elevar el nivel de sus oyentes calificándolos de “escuchantes”. Es de todos sabido que a escuchar se le aplica la característica de la atención y concentración; por eso escuchamos una conferencia, una declamación o, simplemente, música; también es cierto que se puede oír sin escuchar o hacerlo ocasionalmente o por momentos. La expresión que siempre ha definido a las personas que “hacen uso” de la radio ha sido la de oyentes, que nos remite a esos orígenes de las galenas, de los radioaficionados y que, evolucionada la tecnología, nos permitió oírla en movimiento siendo la principal cualidad del medio. Siempre se ha dicho que la radio se puede oír y hacer otras cosas simultáneamente. Algo más propio del oyente que del escuchante, resultando esta ocurrencia de la periodista tan pretenciosa como insustancial. 
No sé si la expresión fue invento suyo o ya existía –parece que sí- , pero nunca le perdonaré a Luis del Olmo su popularización. Lo de tertuliano me supera. Siempre, y tampoco es que haya tenido un entorno tan culto y refinado, conocí la palabra contertulio. Persona que participaba en una tertulia y que convenía con otros intercambiar opiniones, conocimientos e incluso confidencias. A mí, un contertulio me evoca educación, serenidad, interés; creo que puedo aprender y sentir que aporto utilidad. Saludar o despedir a los contertulios me provoca satisfacción y un sentimiento amable. Buenas referencias nos ofrece la literatura y el cine de esas tertulias en las que tantos intelectuales participaron e hicieron famosas. Pero de un tertuliano sólo puedo esperar gritos, vulgaridades, pésima educación; lo vemos todos los días en los diferentes medios en los que nos agobian con sus soliloquios y parlamentos. Se me dirá que no es el nombre sino las personas o los formatos, pero creo que no es cierto. El escenario modifica el comportamiento de las personas. Y la denominación creo que también. Yo, en un contertulio deposito mi confianza y mi atención. De un tertuliano no puedo esperar nada bueno. Y no pienso en el sufijo del vocablo. 

Zaragoza, 29 de Abril del 2015 

viernes, 17 de abril de 2015

Los cinco dedos en la cabeza de Rato.





He seguido, con el interés que corresponde a un ciudadano responsable, las noticias relativas a las presuntas irregularidades o delitos que afectan a los movimientos de capitales y su origen del ex Vicepresidente del Gobierno y poderoso ex Ministro de Economía Sr. Rodrigo Rato. No me extenderé en la repulsa que me provocan esos hechos y tampoco en mi aversión hacia la ideología de este personaje y los que, como él, defienden determinadas políticas. Además, es evidente que tanto muchos de su grupo como del otro principal partido opositor y, lamentablemente, mayores instancias del Estado se han visto salpicados por hechos que resultan repugnantes en sí mismos y todavía más por la obscenidad con la que se han producido. Y eso, merecería la condena y reprobación más severa. Pero ha habido algo que me ha hecho sentir molesto.

Como todos, con el mayor interés, he visto las imágenes en las que la policía judicial irrumpía en su domicilio a fin de efectuar un registro que confirmara indicios delictivos; y debió encontrarlos pues el Sr. Rato, salió debidamente detenido. En muchos otros sucesos de índole parecida, la prensa y la ciudadanía se ha enzarzado en una cadena de dislates acerca de lo adecuado o no de que saliera esposado. Para mí fui un alivio ver que no ha sido así. Es posible que se me diga que cualquier ciudadano en su lugar lo hubiera sufrido y tendrían razón; pero creo que las normas deben aplicarse no de forma automática sino cuando son necesarias. Y este me parece un caso palpable de que no era preciso. Además, debo de confesar que hay dentro de mí un impulso irracional que, por mucha aversión y rechazo que me produzca cualquiera, llegado este momento, una leve, levísima corriente de simpatía me invade. George Brassens lo expresó muy bien en aquella canción en la que decía que cuando veía al alguien correr detrás y a por otro, su primer impulso era ponerle la zancadilla al perseguidor. Es muy posible que se cometa una injusticia, pero en ese momento el impulso –no otra cosa son los impulsos sino reacciones basadas en sentimientos profundos- te hace ver débil hasta al culpable.

Pero este alivio de las esposas se ha visto empañado por el estúpido acto, prepotente y vejatorio, de los cinco dedos de la mano del policía judicial sobre la cabeza de Rato al entrar al coche. ¿Realmente era necesario? ¿Alguien piensa que le protegía de golpearse? ¿Es un reflejo de tanto telefilm americano? ¿Quería salir en la imagen el policía judicial haciéndose notar? Me ha parecido un acto indigno y humillante y hubiera preferido la imagen de las esposas. Puede haber algo de dignidad en esas manos a la vista, con la americana cerrada, la espalda erguida y la actitud firme aunque no desafiante. La dignidad del que se muestra tal y como son las cosas y asume su papel. Y no hay nada insultante en el detenido sujetado por brazos que lo conducen al vehículo. Pero hay un matiz muy diferente en el contacto físico, epidérmico a la vista de todos. Hay algo de violencia y violación en esos cinco dedos sobre la piel de Rato. Siento insultante –casi sobre mí- el tacto de esos cinco dedos sobre nuca y cabeza, que fuerzan, doblegan y humillan.

martes, 14 de abril de 2015

Don Arturo y el limpiabotas




Siempre he juzgado inadecuado y hecho patente mi reproche a las críticas sobre cualquier manifestación intelectual basada en su autoría. Nuestras fobias –nadie puede negar tenerlas- no deben anteponerse a nuestro pensamiento crítico y juicio razonado. Y nuestras filias nunca deben tener el carácter de incondicionales pues la misma vida actúa como un filtro que sólo permite el paso de mínimas certezas. Pensaba en ello recientemente a cuenta del último artículo leído en la sección “Patente de corso” del discutido Arturo Pérez Reverte y algunos de cuyos textos tantas veces he glosado. El último y titulado “El político y el limpiabotas” me ha parecido francamente deplorable. Más allá de presumir de que en esta ocasión no tenía de qué hablar, lo hace de forma chapucera, enlazando temas por los pelos, con juicios de valor merecedores de mejores análisis y con un desenlace que, pese a la conocida bravura de sus personajes, no me creo en el autor. 
Se lamenta de la “práctica desaparición del útil oficio de limpia” y constata el que “hay quien se alegra de ello pues lo considera denigrante y servil, pero no comparto esa opinión”; se enzarza en la idoneidad de “llevar unos zapatos limpios, de casa o de fuera, especialmente si son buenos, y considera que son una magnífica tarjeta de presentación”; además añade, en todo este batiburrillo conceptual, que “ese trabajo, como otro cualquiera, da de comer a gente que se gana dignamente su jornal” y remarca lo de “dignamente, pues nunca vi nada deshonroso en el oficio de limpiabotas u otros similares”. Conoce hasta la amistad a algunos y recurre a ellos ocasionalmente. 
Verdaderamente está desapareciendo esa figura o trabajo y no existe más que una razón que lo explique; afortunadamente y aunque no en muchas cosas, avanzamos hacia una sociedad en la que los principios éticos impiden una exposición tan poco estética como la del limpiabotas. En la actualidad y con la excepción residual de España, sur de Italia o Portugal no los he visto en ningún sitio. Coincido con Reverte en que no hay nada denigrante y servil en ese trabajador que se gana la vida y alimenta a su familia de la única forma que sabe o puede. Pero dice mucho del que alquila ese servicio y, especialmente, en la forma y lugar que cita en el artículo. He viajado durante más de 30 años con mi pequeño estuche con dos cepillos marrón y negro, dos gamuzas y dos tarros de crema para saber que es un servicio prescindible. No seré yo quien niegue haber pasado por las manos del limpiabotas; en mi juventud, hace más de 30 ó 40 años y recién incorporado al mundo de la moda pasé en muchas ocasiones por esos “salones de limpieza”, al menos una vez cada cierto tiempo, buscando el mayor lustre para mi calzado. Creo que cabe señalar un cierto matiz; no me parece lo mismo acudir a un pequeño local cerrado - establecimiento de los trabajadores- en el que además de la limpieza podías comprar cremas o arreglar una suela, que estar acodado en la barra de un bar con un cigarrillo en una mano y un Martini en otra, mientras un hombre a tus pies abrillanta la punta estilizada de tus zapatos. El hecho que posteriormente relata Reverte se corresponde más con esta segunda situación aunque con la dignidad de los salones del Ritz. 
Y en esa parte final es donde Pérez Reverte pierde el oremus hasta extremos que hubiera pensado inimaginables. Nos relata la anécdota de un político en los salones del hotel que - como es natural y para darle a la escoba sin que pase nadie- era de esos que “basan su negocio en proclamar lo poco españoles que son y lo menos que van a ser cuando puedan” y que estaba limpiando sus zapatos con Luis, el limpia, a sus pies. Y se lanza en una proclama de que cualquiera puede limpiarse los zapatos en ese hotel que, además, es el más elegante de Madrid (sic), pero no un político que lleva “enrocado más de veinte años viviendo por la cara y pisando moqueta, a cien metros del Parlamento, con absoluta indiferencia y dándole igual lo que piense quien lo vea”. Es decir, no hay nada indecoroso en que el Sr. Reverte reciba un servicio tan digno como es limpiarse los zapatos en esos salones, cómodamente sentado y con la prensa en la mano, pero lo es cuando otra persona para él inadecuada lo hace. Incluso esa justificación utilitaria del oficio no procede que la pueda aprovechar alguien que presumiblemente –los hay que cobran dietas y viven en Madrid- está de viaje. Sólo le faltó rematar diciendo que se trata del Sr. Puig Seguí o de Aitor Arriguegorri para suscitar un mayor clamor de indignación popular. 
Pero el remate es apoteósico. Porque se hace depositario de esa indignación popular y cuando el político se levanta, cual Capitán Alatriste, le dice al limpia: “Luis, esos zapatos los hemos limpiado (¿) y pagado a medias tú y yo” . Y Luis guarda el betún y no dice nada. Independientemente de que el artículo, la historia y el relato sean una chapuza, ese final no tiene la menor credibilidad y va dirigido a los instintos más primarios y poco reflexivos de sus lectores. Yo he imaginado otro que creo que se corresponde más con la escena. En lugar de guardar el betún y callar Luis le contesta: “Tiene usted razón… Don Arturo”. 

Zaragoza, 14 de Abril del 2015

Leer el artículo de Pérez Reverte

lunes, 13 de abril de 2015

Reconocimiento y vanidad

Ayer noche, y después de ver una película, caí en la tentación de no apretar el botón rojo del mando y en el consiguiente zapeo me encontré con la imagen de Pepa Bueno entrevistando a Felipe González. Qué duda cabe que, aunque fuera de la actividad política directa, es un personaje de interés. Y me puso a escucharlo, observarlo y, sobre todo, pensarlo. Apareció con vestimenta sobria; pantalones gris oscuro de evidente calidad, impecables zapatos mocasines negros de boxcalf, jersey entre azulado y verdoso de galga media entre buen lamswool o cashmere y camisa de leve cuadrito sobre fondo blanco. Un corte ajustado de su inmaculado cabello y unas manos que evidencian papeles y plumas y a las que no hace protagonistas junto a una actitud relajada, transmitían la comodidad del personaje. Creo que estaba a gusto.


Al poco rato perdí el interés por la entrevista –observé que ya tiene poco que contar - que discurrió por la charla amable entre dos amigos y con poco compromiso. Y me dediqué a observarlo. Hombre clave en la política española desde la desaparición del franquismo –eso de la caída es un eufemismo divertido pues aquí no cayó nadie-, con evidentes cualidades personales e inteligencia política, ha sido odiado, alabado, sublimado y vilipendiado como pocos. Nadie como él suscitó tanta ilusión en un país –hay que decir que proclive al entusiasmo después de la dictadura- como la que se vivió desde 1982 a 1993, con tres legislaturas de mayoría absoluta y la pérdida de las elecciones en ese último año. Y nadie como él defraudó al sector más crítico de su partido o más bien del pensamiento de izquierda.

Hombre tan poliédrico precisaría un análisis más riguroso que el que me propongo y que no por ello debe de ser menos acertado. Entre la múltiples cualidades, defectos, virtudes, carencias y, en definitiva, características del personaje, ¿cuál es aquella que mejor le definiría? Una sola de ellas, una, en la que cualquiera pudiera reconocerlo. Y que no necesariamente por ella quedaran mermados sus estimables logros. Y me puse a pensarlo. Y tuve que remontarle al día en el que le dije adiós. Corría el año 1989 cuando estalló el caso “Juan Guerra”. Hermano de Alfonso Guerra, entonces Vicepresidente del Gobierno, estaba involucrado en asuntos delictivos que posteriormente se demostraron y, además, empleando los despachos de la Delegación del Gobierno en Andalucía. Desde el Psoe se acusó a todo el que les acusara, de orquestar una campaña de desprestigio con tal de desestabilizar al Gobierno, que ya comenzaba a mostrar los primeros signos de corrupción y que unos años más tarde terminaría por perder las elecciones. Y apareció Felipe González, en un audio que puede encontrarse en las hemerotecas, advirtiendo o más bien amenazando a quienes solicitaban la dimisión de Guerra de que…“por el precio de una, iba a tener dos”. Es decir, nos amenazó con una dimisión solidaria poniendo en juego toda la fortaleza personal ganada en eso años. Aquello me sobrecogió, entristeció y, finalmente, me indignó. Porque no fue de ningún modo un acto generoso y solidario sino la expresión pública de la vanidad más inimaginable. Nos amenazó, a todos los españoles, con la orfandad, con dejarnos, con abandonarnos. Resulta curioso como en muchas ocasiones, las cosas con las que convivimos o los momentos históricos pasados, aunque combatidos, dejan en nosotros un poso superior al que pensamos. Y esa canción ya me la conocía. Ese sentirme tutelado, protegido y amparado me sonaba demasiado. Como todas las vanidades tienen sus enormes puntos débiles e inconsecuencias, Guerra dimitió y González siguió al frente del Gobierno hasta que tuvo que marchar en 1993. 

Desde entonces, y después de unos años de cierto silencio, se han confirmado todas mis certezas. González es un hombre de una tremenda vanidad. Algo que se ha hecho más evidente en la actualidad con los novedosos movimientos políticos y ante los que cuando no ha mostrado un notable desprecio e incomprensión lo ha hecho con una prepotencia descarada. Algo parecido le está ocurriendo con alguno de los nuevos líderes de América Latina que se resisten a esa mirada de “arriba abajo” que tanto prodiga. Los años pasan y si en algunos aspectos nos obsequian con cierta sabiduría la focalización excesiva en la persona procura notables dislates. Esto le está ocurriendo con frecuencia a nuestro personaje que manifiesta obviedades con la sonrisa entre pícara y bondadosa del que piensa que nos descubre algo. Y, sin embargo, ante temas de verdadera enjundia se despacha con una incoherencia con su pasado adornándola con el privilegio de la atalaya distante de su talento. Él ya no está para temas de andar por casa. Si desciende de sus conferencias, consejos, artículos o viajes es para iluminarnos con el faro de hombre de Estado con el que siempre se ha sentido cómodo y que colmaba sus expectativas. Creo que González nunca buscó fortuna en términos económicos; con la garantía de una vida notablemente acomodada ha tenido suficiente. Ni siquiera el poder ha sido objeto de sus ambiciones más allá de lo que puede conllevar de reconocimiento. Por eso reacciona con violencia cuando se pone en tela de juicio la importancia de su figura y sus gobiernos y se cuestiona, con la distancia del tiempo, la idoneidad de su gestión. No comprende que no se reconozca. Su vanidad se lo demanda.

Zaragoza, 13 de Abril del 2015





jueves, 15 de enero de 2015

Me gusta PODEMOS





A mi amigo Luis Martínez 

Me gusta PODEMOS. 

Y sobre todo me gusta mucho lo que significa. Más allá de la valoración política de sus estructuras –en formación-, de sus postulados o de sus dirigentes, el fenómeno tiene un extraordinario interés como reacción ciudadana ante un sistema que hace tiempo que hace aguas. Podemos está cambiando las “falsas etiquetas” que enmascaran a los partidos y llamando a las cosas por su nombre verdadero. Pero deberíamos remontarnos a la transición –aunque someramente- para encontrar el origen de los males que aquejan a nuestra joven –quizás ya no tanto- democracia. 

La tan alabada Transición española fue un apaño, una componenda y, en el mejor sentido, un acuerdo; no seré yo quien diga que no ha sido útil ni que no fuera lo único posible, pero contenía, en esencia, vicios que con el tiempo la han ido devorando hasta el corrupto e irrespirable momento actual. Creo que hubieron dos factores, entre otros, que influyeron poderosamente en la opinión pública: el miedo y la ilusión. El miedo, determinado por 40 años de dictadura posterior a una guerra civil sangrienta y a una posguerra de una crueldad sin parangón. La ilusión, por convertirnos, de una vez, en un país homologable en el mundo occidental y salir de ese enclaustramiento tan doloroso y cuyas consecuencias aún sufrimos. Eso determinó que las fuerzas políticas –muchas de ellas jóvenes y sin apenas estructura- se afanaran en el acuerdo, la concesión y el pacto para protagonizar, sólo en cierta medida, ese cambio. Y ese sacrificio lo hizo la izquierda. Independientemente de esa especie de harakiri de las Cortes franquistas –más coreográfico que real- la renuncia verdadera se hizo desde las fuerzas progresistas que no encontraron otra solución que ese acuerdo de mínimos. El Partido Comunista renunció a sus postulados y abrazó la Monarquía; el PSOE olvidó a Marx y pasó del rojo al rosa aguado. Y esa debilidad fue provocada y aprovechada por las tres fuerzas que tradicionalmente han dominado España: los históricos poderes económicos, la Iglesia y el Ejército, que salieron indemnes y conservando sus enormes y tradicionales privilegios. Aquí cambió, aparentemente, todo y, en esencia, no cambió nada. Por concluir, pues no es tanto el motivo de este escrito abundar en esa Transición, diré que la oposición antifranquista reunió a personas en un mismo bando que, en condiciones normales, nunca hubieran coincidido. Es lo que tiene de aglutinador el enemigo único y, como consecuencia, creo que hemos estado 35 años sin que casi nadie –a excepción de la derecha más rancia- haya ocupado su lugar verdadero. Boyer y Solchaga fueron un evidente ejemplo de desubicación que posteriormente hemos visto que sólo fueron un anticipo. Hoy, el PSOE al completo se plantea dónde estuvo y se pregunta a dónde va. Y ese pacto, que concluyó en una alternancia de poder entre dos partidos hegemónicos y acuerdos puntuales con partidos periféricos, es lo que ha llevado a la situación de corrupción actual. La ilusión de tener conformado un partido conservador europeo en el PP, se ha visto truncada cuando las grupos más reaccionarios se han hecho con el mando, destapando una derecha clásica y casposa al estilo de la primera mitad del siglo XX; y el PSOE ha ocupado casi todos los espacios de esa derecha “civilizada” –que en absoluto le correspondía- y no sólo ha renunciado al socialismo sino también a la socialdemocracia. Las últimas intervenciones de Felipe González sonrojan al más cándido. En definitiva, las dos caras de una misma moneda…falsa. Tampoco seré yo quien diga que ambos partidos son lo mismo. No, el PP y el PSOE no son lo mismo. Hay aspectos muy diferenciadores entre ellos, pero no más de los que hay entre la derecha más pura y un partido conservador civilizado. Nada más. La izquierda, en su aspecto más moderado, no ocupa su espacio. Únicamente Izquierda Unida, con el complejo permanente de inviabilidad y con el peso de la historia, pontifica testimonialmente. 

Y con esos vientos llegaron estas tempestades, Luis. 

Una componenda tras otra como hábito político que ha facilitado que prácticamente en todos los partidos se haya instalado una corrupción propia de países tercermundistas y con alarmantes resultados económicos. Nos han saqueado, estafado y culpado de nuestros males mientras los integrantes de esa élite política han continuado con unos privilegios de los que se han creído poseedores por derecho y casi…por cuna. Y la ciudadanía, que sufre de forma notable la pérdida económica, de derechos y de futuro, se ha hartado. Y viendo la verdadera cara de esa “casta” de tahúres que juega con nosotros ha dicho… ¡Basta!. La consecuencia han sido los movimientos ciudadanos, desde el 15M a Ganemos, pasando por plataformas de todo tipo, que han tenido como resultado la conformación de un grupo potente y que según los sondeos puede ganar las elecciones. 

Podemos es lo más saludable de la política española de los últimos años y el revulsivo que ha dinamizado a la sociedad civil independientemente de cuál sea el resultado electoral. Porque siendo importante no es lo más. 

Me preguntabas en tu escrito que “qué era lo que encontraba o me gustaba de Podemos”. Pues muchas cosas, Luis, que voy a tratar de exponerte. 
Podemos recoge y renueva el ideario de la izquierda tradicional con un lenguaje nuevo y cercano a una sociedad que se adelanta a los partidos tradicionales. Su discurso de “arriba y abajo” se distancia del tradicional de “izquierda y derecha” y conecta mucho mejor con una sociedad tan evolucionada como transversal. 
Podemos está compuesto por una serie de personas de alto nivel intelectual y político y que se ha ido nutriendo paulatinamente de otros, desconocidos para la gran masa, pero de larga actividad combativa. Personas del movimiento Attac -ese movimiento que surgió para intentar implantar la tasa Tobin a las transacciones financieras internacionales- como el profesor Viçen Navarro, el científico social más citado en el mundo académico internacional, o Juan José Torres, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla, entre otros muchos. 
Podemos ha tenido un sistema de comunicación magistral. Un lenguaje tan firme como sereno, con mensajes tan concretos como certeros y colocando al ciudadano como eje y protagonista de su vida. En pocos casos ha aludido directamente a un partido sino a un sistema que nos devora a todos. De ahí que el estudio de sus resultados electorales y las previsiones de los próximos desconcierten tanto a los políticos clásicos. En todos los niveles económicos, sociales, culturales y políticos adquieren una notable presencia. En significativo que en comunidades con un fuerte arraigo nacionalista capturan simpatías inimaginables. 
Podemos ha innovado como estructura –en realización- de partido buscando en todo momento que se asemejara a lo que reclama a sus ciudadanos: democracia interna y decisiones compartidas. A pesar de todo ello y debido a su juventud, estoy convencido de que derivará en una suerte de organización piramidal pero sin el dominio férreo de los partidos tradicionales. 
También es de destacar, en clave de toques emocionales, la sintonía con gentes de la generación anterior; esa generación que tuvo como horizonte la búsqueda de un mundo mejor –con el Mayo del 68 como icono- y que se ha visto frustrada y decepcionada. A muchos de nosotros nos provoca una sonrisa evocadora la fuerza y el ímpetu de estos jóvenes no tan diferentes de lo que fuimos. 
Por último, Luis, y en contra de lo que defendían muchos miembros de la plataforma 15M, que huían de un liderazgo claro y definido y soñando con aventuras asamblearias, Podemos admite y potencia un fuerte liderazgo en la figura de Pablo Iglesias. Y no puede ser más acertado. Porque tiene todas las condiciones intelectuales, políticas y comunicadoras que requiere el timón de su proyecto. No es necesario a estas alturas detallar el historial académico de los principales miembros de Podemos. Iglesias, Monedero, Errejón, Echenique, etc., poseen un más que brillante expediente académico y está fuera de duda que su preparación en todos los campos es muy superior a la media de nuestros políticos actuales. Y un sorprendido respeto, consecuencia del susto y no exento de la más brutal oposición, se lo han ido ganando conforme han ido mejorando sus previsiones de voto. Chusma, gentuza, perroflautas, antisistema, marginales, etc., han sido algunos de los calificativos con el que los poderes establecidos trataban de descalificarlos. Aunque ahora apenas se dan esos insultos, todavía quedan energúmenos que hablan de “el coletas” o “el de la coleta”; son los reaccionarios de siempre que, a falta de argumentos e ideas, tienen en el insulto su única forma de manifestarse y la radicalidad y el exabrupto como forma de comunicación. Los que no conocen otro lenguaje que el tabernario y la falta de respeto como autoafirmación encubridora de su propia ignorancia e incapacidad. Los que miran lo diferente con desconfianza aldeana. Vulgares y faltones. 
No sé lo que nos depararán lo próximos meses en el terreno político. Seguro que los ataques a esta formación van a ser despiadados desde todos los frentes y que tendrán que gestionar de forma inteligente esa defensa. Tampoco sé si nos defraudarán como ya hizo el PSOE. Entre otras cosas porque no me gusta plantearme preguntas estúpidas que no tienen respuesta. Esa respuesta sólo la tienen los que están en su contra. De lo que sí estoy convencido es de que cambiarán el mapa político español y eso, en esencia, es bueno para la democracia y el conjunto de los ciudadanos. 
Un abrazo, Luis 
Antonio 

Enero del 2015




domingo, 11 de enero de 2015

Je suis Charlie Hebdo






Una de las consecuencias derivadas de los trágicos sucesos de París ha sido la división de la prensa, los intelectuales y, en definitiva, la opinión pública en dos grupos de criterios que pueden responder a las etiquetas de “Je suis Charlie Hebdo” y “Je ne sui pas Charlie Hebdo”.
Los primeros se solidarizan con la línea editorial de la revista y repudian cualquier censura a su libertad de expresión, mientras que los segundos entienden que, de alguna forma, ésta debería limitarse con objeto de evitar ofensas que pueden concluir de la forma trágica que acabamos de sufrir. Cabe destacar que en el primer grupo hay vehementes defensores de esa libertad cuando, como en este caso, se ofende a creencias ajenas y que no lo serían tanto si fuesen ellos los aludidos. En el segundo también los hay que con su postura y preventivamente, establecen barreras para las suyas propias y otros que, sobrecogidos por el horror, consideran innecesaria la sátira , burla o escarnio de la revista y coligen una causa efecto directa con la que, de alguna manera, culpan al medio de su propia tragedia. 
Mi opinión personal es que me alineo intelectualmente y de forma vehemente con los primeros y que mi comportamiento, sin más censura que mi voluntad personal, se corresponde con los segundos. En las diversas tertulias y foros sociales en los que participo, algunos de mis amables compañeros han destacado el exquisito cuidado con el que me expreso para tratar de no ofender a nadie –a veces no es fácil- y, qué duda cabe, que es algo que me agrada escuchar o leer. Pero ésta es una postura personal que considero recomendable pero no exigible. Entre otras cosas porque es muy difícil –creo que imposible- establecer la barrera en la que la opinión se convierte en ofensa, pues para que esto suceda se necesitan al menos dos actores: el ofensor y el ofendido. ¿Y qué consideran ambos una ofensa? Obviamente, el asunto alcanza inauditas dimensiones cuando se trata de temas sublimados por todas las culturas como la religión –a la cabeza- , el sexo, la política o los colectivos sociales. 
En el caso que nos ocupa, se trata, además, de una revista satírica y de humor –qué sería de nuestras sociedades sin esos bufones- cuya esencia consiste fundamentalmente en lo que algunos le reprochan: despojarlo todo del aura sacralizada con la que poderes e intereses diversos adornan las creencias para su propio provecho. Y son los ciudadanos los que deben aprobar con su lectura o rechazar las publicaciones de esta línea. Nunca una ley y mucho menos un arma. 
No, no hay ninguna postura, pensamiento, idea o credo que sea respetable en sí mismo. Ni que merezca un tratamiento predeterminado. Lo único respetable son las personas, su integridad y su honor. El resto se corresponde con una actitud personal que cada uno es libre de adoptar y también, por mucho que moleste, soportar. 

Creo que en algunas personas que han sentido flaquear sus principios por estos sucesos influye el miedo. 
Y esa sensación, es lo más pernicioso que puede aquejar a una sociedad. 

Enero del 2015