martes, 15 de marzo de 2011

Poema. Esa mirada... de Jesús París



A raíz de mi blog "Esa mirada..." y que sigue a este, mi amigo Jesús me ha dedicado un poema con el mismo título que, con emoción, quiero compartir con todos...


Esa mirada…

A Antonio Aragüés

Hoy tengo un recuerdo nuevo
gracias al regalo de mi amigo.
Gracias a él sé que he tenido
una mirada y un sentimiento
porque él lo dice y yo le creo.

Mi amigo me ha regalado 
su memoria y he comprendido:
el que yo era estaba vivo.
¿Cómo podría saberlo seguro
si tan solo me recordara yo?

Jesús París

14/03/11


domingo, 13 de marzo de 2011

Esa mirada...




“En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos.”
Mahatma Gandhi

Leí hace poco la brillante frase de Gandhi que, desgraciadamente, cobra hoy la mayor vigencia y se me ocurrió insertarla en una red social a la que pertenezco para compartirla con todos y, especialmente, con las personas a las que sigo con el mayor interés y que me honran con su reciprocidad. Mi apreciada amiga Marga –persona culta y de una fina sensibilidad – me contestó en los siguientes términos. 

“En la tele alemana vi un trailer de un documental presentado a un festival, y al parecer los alimentos que se tiran en Alemania en un año (en el campo, cuando los productos no cumplen estándares de color, tamaño, tersura, etc.; en los supermercados, cuando se prevé que no lleguen al día siguiente en estado vendible o a unos días de caducar; en las casas, cuando las cantidades envasadas no se corresponden con las necesidades de consumo .... ) doblan el volumen de comida necesaria para alimentar a la totalidad de los hambrientos de la tierra. Después de ver y oír eso, ya paso definitivamente de escuchar a cualquiera que busque la solución al hambre mundial en la supuesta escasez de la producción: no es más que mala distribución y un sistema económico criminógeno.”

Esta referencia a los alimentos despreciados en Occidente me hizo recordar un hecho sucedido hace ya bastantes años. Mi amigo Jesús –amigo desde la infancia y una de las pocas certezas con las que me ha obsequiado la vida- había regresado de un viaje a la India que había durado unos ocho meses. Debo señalar que su peripecia nada tenía que ver con el turismo y que su viaje consistió en recorrer el país de punta a cabo totalmente integrado en su inmensa ciudadanía. Tanto el tiempo como la forma de viaje conllevan, naturalmente, multitud de experiencias, anécdotas y vivencias.
Disfrutamos del reencuentro en Barcelona yendo a cenar a un pequeño restaurante, situado en Consell de Cent, que tenía la particularidad de ofrecer a los clientes –debidamente apilados en los laterales del local- libros de comics japoneses llamados manga. Escuché absorto, pues la historias que me relataba, algunas de notable dureza y que no me corresponde ni es el motivo de este escrito repetirlas, captaban toda mi atención y mi interés. Después de una larga sobremesa, decidimos ir hasta su casa, situada en la calle París, dando un largo y placentero paseo.
Hacía muy pocos días que había regresado y aunque ese “jet lag físico” había pasado, es comprensible que no lo hubiera hecho el emocional; cambiar de golpe ocho meses en un país como la India y regresar a Barcelona, necesita un período de adaptación.
De camino y al pasar por una de esas esquinas amplias de la ciudad en la que había un pequeño supermercado y situadas en la base de un árbol, se hallaban cantidad alimentos abandonados a la recogida de basuras; la mayor parte eran refrigerados y a través del plástico protector podían distinguirse carnes, embutidos, raciones de pollo, etc.
Caminábamos lentamente y yo sin observar nada que pudiera llamar mi atención, –no me di cuenta del árbol ni de los alimentos- hasta que percibí una discreta desaceleración en su caminar y un silencio que me hizo volver la vista por si algo ocurría. Y le miré. Y le miré la mirada. Sin apenas detenerse y de soslayo observaba la escena. Pude distinguir, en apenas un instante, todos los sentimientos que se le agolpaban; unos ojos de asombro, que se encendían como una chispa de indignación y que concluyeron en una profunda e intensa tristeza. Bajé la mirada al suelo mientras sentía la sangre acelerarse ante la brutalidad intrínseca del escenario ignorado por la costumbre.
Anduvimos unos pasos más, en silencio, hasta que me preguntó

-Y el trabajo… ¿qué tal te va?

He rememorado muchas veces ese momento que recuerdo con la viveza de lo próximo. Sin palabras, sin el menor comentario y como un relámpago, unos ojos, una mirada valían más que cualquier reflexión, estadística o análisis. Y lo mejor es que fue algo propio, personal e íntimo. Fue la reacción de la decencia ante la obscenidad más cotidianamente flagrante. 
Desde entonces y cada vez que veo o escucho algo sobre la desigualdad y la injusticia en la que estamos instalados, no puedo evitar recordar ese momento. Esa mirada….


Marzo del 2011