jueves, 20 de agosto de 2009

El juez y el general



Ojeando, ayer, el diario El País me detuve en la noticia que hacía referencia a un documental con el título de este escrito y que optaba –con bastantes probabilidades de éxito- a los premios Emmy. En la breve referencia, señalaba que trataba sobre la investigación de las torturas, asesinatos y desapariciones de la dictadura chilena del general Pinochet. Como muchos de mi generación –por entonces yo tenía 22 años- vivimos aquel golpe como propio, ya que el acceso al poder, democráticamente, de un dirigente socialista nos producía el sueño de la cercanía propia de libertad y justicia que durante toda nuestra juventud se había visto asfixiada. Recuerdo con nitidez que me encontraba en casa de los padres de mi primera mujer y que más que el horror por el impacto de la violencia inicial en el asalto al Palacio de la Moneda, el sentimiento fue de enorme tristeza al constatar que el sueño de un ideal quedaba roto como el frágil cristal. Los reportajes posteriores de la revista Triunfo –auténtico baluarte del periodismo íntegro- se hacían eco, con profusión, de la figura política, moral y humana del derrocado presidente Salvador Allende. No es mi intención ahora detallar a esta importante figura de la historia de Hispanoamérica, pero una frase suya quedó para siempre en mi memoria: “Sólo merece la pena morir por aquello sin lo cual no vale la pena vivir”. ¡Qué diferencia con los que hoy en día –en realidad siempre- se enredan en piruetas pseudo intelectuales y ejercicios dialécticos para justificar por qué se puede matar! La memoria de ese vuelco traumático me ha acompañado toda mi vida y confesaré un odio permanente hacia el general asesino. En su caída, ese odio se había transformado en repugnancia, sentimiento que con los años suele sustituirlo cuando la madurez se impone sobre la ardorosa vehemencia.

Con el mayor interés me dispuse a ver, por medio de Google, el excelente documental que, no me cabe ninguna duda, merece el mayor de los premios. En mi opinión el mayor mérito consiste en que más allá de la exposición descarnada de algunos de los crímenes, se centra en la evolución personal y humana del juez Guzmán, al comprobar de forma tan paulatina como tenaz el horror de los años de la dictadura chilena. 

De familia conservadora, se manifiesta comprensivo, en su inicio, con el golpe de Estado aunque lamente la muerte del presidente, consecuencia, quizás inevitable, del caos que vivía el país. Se impone el orden –valor supremo de los conservadores- y de esta forma el país podrá desarrollarse lejos del “las garras del comunismo”. Con la mayor naturalidad, manifiesta su voto en contra de Allende en las elecciones presidenciales, destacando que con el otro candidato tanto su vida como la de su familia hubieran sido mejores. 
Pero el destino cruza en su andadura la querella de los familiares de las víctimas y, con absoluto escepticismo acerca de los horrores que detallan, comienza una investigación tan serena, constante y larga, que no sólo logrará el procesamiento del general sino la condena de más de doscientas personas responsables de asesinatos y torturas y que constituirá un hito en la justicia chilena. 
El juez Guzmán, compone la columna vertebral del documental y con una magistral exposición de su evolución que se va componiendo fotograma a fotograma, consigue que la vayamos viviendo desde la serenidad, que no excluye el horror y que mueve a la más profunda reflexión. Nos aparece un hombre solo –en cierta manera lo es- que sin apoyos de la judicatura se va alimentando de descubrimientos y evidencias que mueven su conciencia y refuerzan su voluntad. La íntima indignación sobre lo ignorado actúa como un potente motor que le impele a abandonar la “burbuja de oro” –palabras literales suyas- y buscar denodadamente la verdad. Conforme avanza su investigación, conmueve la ternura con la conversa con las familias de las víctimas y su bonhomía compasiva se acrecienta con las nuevas pruebas y evidencias. 
Es difícil especular sobre qué hubiera ocurrido de concernirse exclusivamente al ámbito chileno, pero qué duda cabe de que la intervención del juez Garzón y su solicitud de extradición de Londres del general Pinochet, internacionalizó el proceso y ayudó a su favorable conclusión. 
El documental contiene pinceladas sobre la evidente y luego reconocida intervención norteamericana, casos de torturas dolorosísimos, desnuda la psicología de los verdugos y muestra la convivencia con un dolor inacabable. Pero por encima de todo es la historia de la transformación de un hombre que, acabado el proceso, en una imagen de una fuerza comunicativa impresionante, visionando las imágenes de exaltados fascistas que vitorean al Pinochet muerto, dice desesperanzado: “no han aprendido nada”. 

Agosto del 2009 

PD. El cadáver del general Pinochet, ante el temor de profanación de su tumba, fue incinerado y se desconoce el paradero de sus cenizas. Sarcasmos de la vida, acabó como un desaparecido más. Vienen a mi memoria las palabras de Lluis Llach en sus “Campanades a mort”: “¡Asesinos de razones, asesinos de vidas! Que nunca tengáis reposo a lo largo de vuestra vida y que en la muerte os persigan nuestras memorias”.