sábado, 17 de enero de 2009

No sos vos, soy yo


Recientemente, en un muy agradable almuerzo celebración de cumpleaños de una amiga, coincidimos varias personas entre las cuales se encontraban algunas relacionadas con el mundo del cine, teatro y televisión; dos actrices –una de ellas con reconocimiento nacional- y un joven guionista hijo de esta. La conversación, principalmente entre dos de ellos, versaba sobre los males y la falta de calidad del cine español; encontré los argumentos especialmente duros y críticos –todo lo que se hacía era malo- y sobre todo cuando lo comparaban con el cine americano; la verdad es que los criterios eran de carácter bastante técnico y , en mi opinión, se perdían algo en ellos; esta comparación llegaba hasta las series televisivas –sobre las que tengo poco interés- que no resistían la apuesta con las americanas tipo Dr. House, Prisión Breack, CSI, etc.
El resto de los presentes escuchábamos con gran atención lo que decían, con el respeto que merecen personas profesionales con el natural conocimiento de causa. Yo no estaba de acuerdo o, al menos, tan radicalmente como ellos lo planteaban.
Intervine –ante la sorpresa y la atención de todos- para mostrar mi desacuerdo. “Creo que las descalificaciones hacen referencia al oficio, a las formas y a los medios; en ese sentido no tengo nada que objetar ni minimizar su importancia. Pero el problema radica en que ese cine que vosotros sublimáis, poseyendo todo lo que decís “no tiene nada que contar”; es como un marco doble, con paspartú y espejo que contiene un lienzo sin el menor interés. Entiendo que –si no exclusivamente el español – el cine hispano, nos ofrece buenos ejemplos de muy notable calidad que sortea la carencia de medios con indudable talento; llegaría mas lejos: en la mayor parte de los casos, no los necesita”.
Mi querida amiga Luisa – gran actriz- me dio la razón que luego fue compartida por todos; especialmente cuando profundizamos en consideraciones sobre el cine hispanoamericano con las referencias de Argentina, Chile, Colombia, Cuba, etc.

Anticipo este largo preámbulo pues vino a mi memoria al disfrutar por segunda vez –esto de visionar dos veces las películas que me gustan se está convirtiendo en un hábito- la excelente comedia de Juan Taratuto, “No sos vos, soy yo”, pues es un claro ejemplo, entre muchos, de los argumentos que dieron pie a mi intervención en aquella tertulia. Con poco presupuesto y sin florituras ni efectos especiales pero con una historia cotidiana brillantemente contada y con un puñado de actores entregados, que “viven” su desarrollo como si no actuaran, obtiene un resultado más que notable.
Se trata de una comedia en la que Javier, un joven cirujano recientemente casado y enamorado de su mujer, decide emprender una nueva etapa en Estados Unidos, país en el que María le confirma grandes oportunidades; pero poco antes de ir a reunirse con ella y consecuencia de su estancia, María le comunica que se ha enamorado de otro hombre y deben terminar su relación. El shock producido y su posterior evolución constituyen el hilo argumental que dará desarrollo a las experiencias emocionales del protagonista. Si Chaplin dijo –creo que fue él- “que la vida desde cerca es una tragedia pero vista de lejos es una comedia”, Taratuto, a través de la excelente interpretación de Diego Perreti, consigue a la perfección evidenciar esa realidad. La existencia de Javier, que ha basado toda su vida en un proyecto común, se desmorona en la más profunda desesperación; la “tragedia” de su abandono, la vive con tal intensidad que recuerda esas emociones juveniles que, con el tiempo, a todos nos provocaron sonrisas.
Primero trata angustiosamente de aferrarse a la negación de lo evidente, focalizando su mente en la imposibilidad de la realidad que está viviendo, involucrando a sus amigos hasta el límite de la paciencia y a su psicoanalista en interminables sesiones, que oscilan permanentemente como un péndulo, sin que sus argumentos obtengan el mínimo éxito; estas conversaciones en dos ámbitos, provocan situaciones y escenas de la mayor hilaridad con el tenue fondo de la ternura y la sonrisa cómplice; especialmente divertida es la escena en la que el psicoanalista, en un intento de proporcionarle argumentos de peso, le cita el pensamiento de Borges: “a mí Borges, me chupa un huevo”, es la respuesta obcecada de su “tragedia” que no admite “milongas”.
Con posterioridad, intenta asumir la realidad y superarla de forma alocada en un mimetismo precipitado de los comportamientos que le rodean; esta búsqueda urgente en suplir lo que perdió, determina las escenas más cómicas y tiernas del filme. Es la evidencia de que Javier, echa de menos a alguien pero también algo. En cierta manera se plantea la pregunta que otro autor literario argentino, Carlos Chernov, nos expone en su libro “El amante imperfecto”: ¿La amamos porque es bella o es bella porque la amamos? ¿Nos enamoramos de alguien o de algo que nos seduce de ese alguien?
Taratuto consigue que los espectadores compartamos sus sentimientos, pues plantea su película como unas charlas entre amigos, en la que todos, en cierta medida, nos reconocemos; lo que se cuenta es predecible, pero la desnudez de su exposición consigue hacerlo sorprendente con chispazos que recuerdan – no en vano lo califican como el Woody Allen porteño- al mejor cine del americano.
No puedo dejar de resaltar la excelente banda sonora, contrapunto exacto a cada momento anímico, con los magníficos temas de Jorge Drexler y Andrés Calamaro.

Por último, ese resumen final del inútil reencuentro con María y que da pie al título de la película al modo de un epílogo: “Al principio fue una gran angustia que se transformó en un dolor profundo y, con el tiempo, derivó en una gran tristeza; hasta que un día, te levantas y compruebas que todo está bien” “No sos vos, María, soy yo”

Lo dicho, pocos medios y mucho talento.

Zaragoza, 17 de Enero del 2009

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